Cada 7 de agosto, una multitud de peregrinos se reúne en la Iglesia de San Cayetano, patrono del trabajo, ubicado en la Ciudad de Buenos Aires. Desde hace mas de 50 años los peregrinos aguardan hasta varios dias a la fecha y la hora indicada para entrar al templo y estar frente al santo apenas unos minutos.
Esta es nuestra mirada ...

 

 

 

 

Texto: Mariana Avendaño

 

Cuando llegué a Liniers entré a la iglesia. Estaba llegando tarde a encontrarme con mi compañera, pero no pude evitar detenerme ahí. Me quede un rato en silencio, intentando conectarme con la experiencia que íbamos a vivir en la fiesta de San Cayetano. Me sentí conmovida. La iglesia y las calles eran una mezcla de rojo, negro y gris, por el día de lluvia. Pero la energía que se sentía era de fiesta absoluta. Abrazos, risas, lágrimas, el mismo sentimiento de fe, a la espera de que llegue el día 7.

Filas enormes, familias enteras, parejas, gente grande, pequeños santuarios, en un clima de fraternidad y sobre todo de alegría. Emoción, luz, magia flotaba por el aire. Traspasaba los umbrales de lo racional.

En nuestra recorrida conversamos con algunas personas que estaban acampando. Vi muchos rostros. En cada uno, una historia diferente. Más de mil relatos, encuentros, historias, vivencias.

Fue imposible no preguntarme a mí misma que es lo que me pasa con la fe, con lo que creo. Sentía un profundo deseo de experimentar lo que ellos. Esa entrega, esa paz, esa conexión. Mi mente no lograba procesar lo que me pasaba internamente.

No lograba diferenciar lo religioso con ese sentir popular. Qué era lo que estaba primero, la devoción por el Santo o el compartir con los otros, esa  entrega a los demás. Sentía que ambas cosas se fundían en lo mismo. No se podía explicar.

Me encontré conmigo misma veinte años antes. Una chica muy joven, de unos 17. Llena de rulos, despreocupada por su aspecto físico, alegre, no paraba un segundo. Estaba colaborando con un grupo de adolescentes, sirviendo mate cocido. Me acerqué a conversar con ella, que tímida me dijo que se sentía feliz de servir. Sometimiento, dolor, pasión, convicción, festejo. Todo era muy confuso. No pude decir más nada.

Cuál es mi compromiso con lo que creo. No podía evitar hacerme esa pregunta. Mirarlos comprometiéndose tanto con su fe. Sentir su alegría, su emoción. Pensaba en mí y todas las teorías racionales producto de mi paso por la Universidad de Ciencias Sociales. Las vi caerse una por una.

 ¿Qué es la fe? Un hombre muy humilde estaba preparando una comida muy costosa, en la calle. En agradecimiento a San Cayetano la ofrecía a los demás. Desde muy temprano estaba cocinando y se llenaba de emoción al decir que era su ofrenda al Santo. Me sentí absolutamente mezquina ¿Eso será la fe?

 

Buenos Aires. 8 de agosto 2016